Gasto vs. inversión: ciencia rica y pobre

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¿Qué hace un científico? ¿Por qué es tan importante su trabajo y tan poco evidente para mucha gente su contribución al bien común y a la economía?

Quizás porque trabajan en silencio, lejos de los medios y las redes, en laboratorios cerrados que a veces están en subsuelos y en penumbra para evitar que la luz impacte negativamente en los organismos que estudian.

Quizás porque las sustancias que analizan tienen nombres complicados y difíciles de recordar para la mayoría y no cualquiera puede opinar livianamente sobre esos temas.

Quizás porque toma años o décadas llegar a descubrir algo tan trascendente como los anticuerpos monoclonales, o una semilla resistente a la sequía, y vivimos en un mundo cada vez más acelerado.

Quizás porque en un país como Argentina, tan afecto a los enfoques maniqueos y a encarar temas complejos desde cambiantes ideologías o con la superficialidad de quien charla en un café, sea difícil instalar lo que los países con buena calidad de vida entendieron hace décadas: el impacto de la investigación científica y la tecnología en el desarrollo económico.

Pasemos a argumentar la anterior afirmación. Si la producción de los países estuviese explicada sólo por los cuatro factores tradicionales (tierra, trabajo, capital y empresariado), el crecimiento sería muy lento y países como Corea del Sur, Israel o Irlanda tendrían un PBI per cápita muy bajo, por la limitación de sus recursos naturales, el escaso territorio, la dificultad de atraer capital. En un libro interesantísimo llamado “En Asia se muere bajo las estrellas”, su autor, José María Gironella, describe en detalle los niveles insondables de indigencia de naciones como India, Corea o Taiwán, en los años ‘60. Estos países, gracias a una elevada inversión en educación, ciencia y tecnología, lograron mejorar la calidad de vida de su población. Hoy no exportan arroz, pescado seco o telas rudimentarias; pero sí circuitos integrados, sueros, semiconductores, smartphones, portacontenedores o biotecnología. Según el Banco Mundial, en 1960 el PBI per cápita de Corea del Sur era de US$158 en moneda corriente; en 2023 fue de US$33.121.

El conocimiento científico y la innovación desplazan y expanden lo que los economistas llamamos la “frontera de posibilidades de producción” que es la máxima generación de bienes y servicios alcanzable a partir de factores dados como la geografía (tener o no salida al mar), la dotación de recursos naturales, la cantidad de población, o el capital físico existente. Gracias a los avances científicos, las sombrías predicciones de Malthus no se cumplieron.

Según las cifras más recientes de TheGlobalEconomy.com y el Banco Mundial, Israel destina 6,02% de su PBI en Investigación y Desarrollo, Corea 5,21% y Brasil 1,21%. Para el promedio del mundo, el porcentaje es 1,25. Argentina invierte apenas el 0, 52 %

En muchos de los países anteriormente mencionados, el sector público financia la mayor parte de la investigación básica, aquella que justamente amplía el conocimiento y la comprensión de los fenómenos, sin un objetivo predeterminado establecido. Es la que resulta indispensable para expandir el saber. Por su parte, el sector privado tiene un rol preponderante en la investigación aplicada, aquella que resuelve problemas definidos o concretos, utilizando el conocimiento existente (generado por la investigación básica).

Por casa. En Argentina, más del 70 % de toda la inversión en investigación científica es realizada por el sector público, y financiada en su gran parte por créditos de organismos internacionales como el BID, el Banco Mundial o el BCIE.

¿Por qué no tuvo un rol más activo el sector privado? Múltiples razones. Mencionemos la más simple: si invertir en bienes de capital o ampliaciones resultó durante décadas extremadamente riesgoso en un país con reglas tan cambiantes y moneda tan inestable, cuánto más hacerlo en I+D+i (siglas para Investigación, Desarrollo e innovación). La naturaleza intangible de la mayor parte de estos proyectos, y el plazo que demandan incrementan mucho la percepción de riesgo en este tipo de inversión.

Pero a pesar de todo lo anterior, y de todas las dificultades conocidas, es importante reconocer que muchos institutos de investigación e investigadores argentinos, son hoy competitivos internacionalmente.  Destaquemos que muchos investigadores argentinos no sólo se doctoraron, sino que obtuvieron post doctorados en universidades de Estados Unidos, Alemania, Francia, etc. y las instituciones que conforman (muchas de las cuales tienen largas trayectorias) tienen reconocimiento internacional.

Por ejemplo, según el Scimago Institutions Ranking 2024, el Conicet es la mejor institución científica gubernamental de América Latina y ocupa el puesto 20° a nivel global, entre más de 2.000 entidades similares. El IBYME (Instituto de Biología y Medicina Experimental), fundado en 1944 por Bernardo Houssay, Premio Nobel en Medicina de 1947 por su descubrimiento sobre el papel de la hipófisis en el metabolismo del azúcar, está hoy reconocido por sus investigaciones de avanzada en glicobiología, inmunología de la reproducción y oncología molecular. Por su parte, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) reconoció al Instituto Balseiro como uno de los institutos con mejores niveles técnicos y de capacitación del mundo. El IBR (Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario) se destaca por sus investigaciones en el campo de la microbiología, la biología celular y las ciencias de la vida. Y la lista sigue. Muchas investigaciones son cofinanciadas por institutos del exterior

Y a partir de mucho trabajo en investigación básica, surgen empresas o desarrollos competitivos que generan trabajo, exportaciones y riqueza. Veamos tan sólo algunos ejemplos, que ilustran este ciclo virtuoso que parte del laboratorio y llega al mercado.

INVAP (Investigaciones Aplicadas), con la impronta de Conrado Varotto, fue un desprendimiento del Grupo de Física Aplicada de la Comisión Nacional de Energía Atómica, se volcó primeramente a lo nuclear, produciendo uranio enriquecido y obteniendo un material clave para los reactores, la esponja de Zirconio. También fabricó el reactor del Centro Atómico Bariloche y exportó similares desarrollos a Perú y Argelia. Tiempo después ganó una licitación para desarrollar y construir un reactor para la producción de radioisótopos para el tratamiento de cáncer y otras enfermedades. Posteriormente la empresa re direccionó sus recursos al espacio y fabricó, en colaboración con la NASA, el primer satélite de observación, el SAC-B. También satélites de comunicación como el ARSAT 1 y 2. Hoy sigue desarrollando proyectos estratégicos en las áreas de energía nuclear, tecnología espacial y satelital, radioisótopos de uso médico, etc.

GALTEC es una empresa fundada por Gabriel Rabinovich, del mencionado IBYME, que desarrolla terapias innovadoras basadas en la modulación de galectinas para el tratamiento del cáncer, las enfermedades autoinmunes e inflamatorias crónicas.  Transforma descubrimientos científicos en aplicaciones clínicas que mejoran la calidad de vida de la gente.

Bioceres, empresa fundada en 2001 para fortalecer la competitividad del sector agropecuario, se asoció con Conicet para crear INDEAR (Instituto Nacional de Agrobiotecnología de Rosario), para desarrollar investigaciones en biotecnología agropecuaria. Uno de los desarrollos más importantes, es la tecnología HB4, que les da a las semillas de soja y trigo una mayor tolerancia a la sequía. Fue la doctora Raquel Chan quien, a partir de una investigación (básica) sobre los genes del girasol y la regulación de la expresión génica, llevadas adelante en el Conicet a partir de 2005, logró un avance que se tradujo en exportaciones y regalías. A partir del 2019 Bioceres cotiza en el Nasdaq.

Los números. Cuando se afirma que la tasa de conversión entre investigaciones y creación de empresas es baja, tenemos que tener en cuenta que se trata de un país en el que durante años la tasa de Inversión en relación a PBI fue de apenas el 15 % (nivel requerido sólo para reponer el capital), con permanentes cambios en las reglas de juego (cambiarias, de comercio exterior, regulatorias, etc.)  y escasísimo acceso al capital.

Como en casi todas las áreas, en el sistema científico tecnológico argentino hay mucho por cambiar, mejorar y optimizar. Hay que entender que el siglo XXI impone dinámicas y diseños muy diferentes a lo establecido. Seguramente hay que discutir y consensuar las áreas y los temas que se financian, dado que los recursos son escasos. Pero como país no podemos cometer el error de no resguardar la riqueza creada en institutos de investigación y laboratorios a lo largo y a lo ancho de Argentina, en disciplinas muy diversas. Si hay fallas, busquemos la mejora. Si hay ineficiencias y duplicaciones, optimicemos. Pero suponer que podemos prescindir de la dimensión de la investigación científica es no entender qué es el desarrollo económico y qué hace competitiva una nación.

El equilibrio fiscal es condición necesaria, imprescindible, pero no suficiente. La política tiene que ser un medio, no un fin. Los fanatismos no sirven para considerar la enorme cantidad de matices que tiene la realidad. Encaremos con seriedad, conocimiento técnico y espíritu constructivo los enormes desafíos que enfrenta la Argentina. El futuro del sistema científico tecnológico es uno de ellos.

*Alicia Caballero es doctora en Economía, ex decana de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA.

por Alicia Caballero

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