SOCIEDAD
Nueve personas han sido agredidas con objetos punzocortantes en pleno trayecto; la FGJ investiga sin resultados
Nueve personas —siete mujeres y dos hombres— denunciaron haber sido agredidas con objetos punzocortantes en el transporte público. Los hechos ocurrieron en el Metro y Metrobús de la Ciudad de México, generando pánico entre los usuarios.
La Fiscalía General de Justicia inició una investigación, pero hasta ahora no hay detenidos ni móviles definidos. Lo único evidente es el silencio de las autoridades y una ciudad que vuelve a moverse con miedo, como ya ha ocurrido en otras ocasiones sin consecuencias.
Un patrón sin respuestas
Las agresiones se registraron entre el 14 de marzo y el 19 de abril, en diferentes horarios y estaciones, sin conexión aparente entre las víctimas. Los afectados describen un pinchazo repentino, tras el cual comienza el desconcierto y el miedo.
Mujeres jóvenes, trayectos rutinarios, espacios saturados. Las pruebas toxicológicas practicadas no detectaron sustancias extrañas. Tampoco se han vinculado los casos con intentos de secuestro, lo que incrementa la incertidumbre.
La FGJ y la Secretaría de Seguridad Ciudadana analizan videos y recolectan pruebas con peritos, pero sin avances ni líneas claras de investigación. Las cámaras están; las garantías, no.
Una ciudad donde el miedo viaja gratis
La respuesta del gobierno ha sido mecánica: si se siente un pinchazo, activar la palanca de emergencia o acudir al personal de seguridad. No se ha hablado de reforzar vigilancia, ni de presencia policial efectiva en horas pico. Mucho menos de establecer protocolos reales ante agresiones anónimas.
Mientras el oficialismo presume bienestar, el transporte diario se convierte en una ruleta de miedo.
Frase original demasiado larga: «Cuando una agresión puede ocurrir en pleno transporte sin que nadie actúe, no es solo una falla de cámaras o vigilancia: es el colapso de todo un modelo de seguridad.»
Versión sugerida: «Una agresión en pleno transporte sin respuesta no solo evidencia fallas en vigilancia: revela el colapso total del modelo de seguridad.»
La ciudad se adapta al miedo, mientras el gobierno permanece indiferente, viajando en primera clase y blindado del riesgo cotidiano.
Desde el discurso oficial se repite la palabra «bienestar» como si fuese un conjuro. Se anuncian reformas y obras, pero la vida real —la del Metro y el Metrobús— sigue marcada por la incertidumbre.
La ciudadanía se resigna y asume su propia defensa, mientras la supuesta transformación nacional no alcanza los andenes.
Las víctimas cargan con el trauma y el silencio. Los responsables del discurso oficial viajan protegidos, lejos del tumulto y de toda consecuencia.
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