Debate. Batalla cultural y leninismo del bueno

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Este artículo fue publicado originalmente en la revista impresa Alternativa Socialista, en su número 860.

Antes de la revolución rusa, Lenin la “pronosticó”, se dedicó a preverla, a anticiparla. No como un “adivinador” o “tarotista”, sino tratando de identificar las tendencias que llevaban a una crisis general de toda la estructura capitalista de principios del siglo XX. Tiene mucho escrito entre 1914 y 1917: cartas, artículos y discursos, pero hay 3 folletos o libros fundamentales. Por un lado “El Socialismo y la Guerra” 1; después “Imperialismo y la división del Socialismo” 2 y al final, el “Imperialismo fase superior del capitalismo” 3. Él explicaba ahí 3 cosas:

  1. Que el capitalismo se estaba hundiendo producto de sus contradicciones y llevando a terribles sufrimientos a las masas del mundo.
  2. Que toda la llamada izquierda “posibilista” de la época había fracasado, traicionado.
  3. Por último y quizá lo más importante: la necesidad de reagrupar a los revolucionarios en un nueva organización internacional y las tareas de la transición al socialismo.

Pero Lenin no estaba pronosticando la revolución “para mañana” o “tal día”, tampoco para “un futuro incierto”. En realidad, estaba definiendo la preparación estratégica de los socialistas, de los revolucionarios, para la etapa de los siguientes años de crisis social, política y de lucha ideológica en la dura polémica de distintas orientaciones en la izquierda.

Se cuenta una anécdota bien ilustrativa a propósito de la crisis global del 2008. Parece ser que la reina de Inglaterra organizó un encuentro con investigadores de la London School of Economics para preguntarles cómo era posible que no hubieran previsto lo que terminó pasando. Meses después de bastante deliberación, los eruditos ingleses resumieron la conclusión frente a la reina de manera concluyente: “no tuvimos en cuenta los riesgos sistémicos”4. Esta historia, que en todo caso reafirma la superioridad científica del método de la economía política marxista para el análisis de las crisis del sistema capitalista como consustanciales al mismo, además ilustra la sorpresa burguesa frente a la crisis y el punto de inflexión de la misma cuya ola expansiva llega hasta hoy. De hecho, si no es a partir de la crisis de hegemonía profundizada a partir de entonces para el imperialismo de EEUU, no se entiende la orientación del trumpismo hacia una suerte de reseteo defensivo de las condiciones geopolíticas del capitalismo en esta etapa. De hecho, incluso para autores del campo del pensamiento keynesiano la crisis de las subprime fue algo así como La Caída del Muro del Fundamentalismo de Mercado 5 en EEUU. Y
de hecho, allá por 2010 poco antes de morir, el mismo Hobsbawn señaló como uno de los cinco determinantes de los cambios en el siglo XXI el declive de la autoridad imperial estadounidense 6.

La crisis del 2008 expresó el fin de ciclo de un patrón especulativo de acumulación con datos tan impactantes como que la ratio entre activos y pasivos (es decir, entre reservas y deudas) de los cinco principales bancos de EEUU llegó a ser de 1 a 30. El rescate al sistema financiero aprobado por la administración Bush de 700 mil millones de dólares mostró las limitaciones de un esquema que contrastaba con los avances de China en el plano industrial y en ramas de alta composición orgánica de capital como la telefonía digital. La apropiación de la plusvalía global se había redistribuido a favor del capitalismo chino como potencia ascendente. Se profundizó la etapa de dominación militar sin hegemonía clara en lo político y económico para EEUU 7. Este es el punto de partida del proceso que terminó incubando la emergencia del trumpismo como proyecto de la capa superior del capital estadounidense para replantear las condiciones de reparto de la rentabilidad global y la cuotaparte apropiada por la burguesía yanqui.

Para ese propósito, se requiere una alteración global vertical y horizontal de las relaciones de fuerza: entre las distintas fracciones del capital en el mundo (EEUU-China, para empezar) y de la clase social dominante hacia el conjunto de los explotados para suprimir más derechos económicos, sociales y políticos. El primer paso para esa orientación consiste en construir un nuevo sentido común de masas.

La reconstrucción del Centauro

Aunque la popularizó Gramsci, la metáfora del Centauro se la debemos más bien a Maquiavelo con aquello del poder mitad humano, mitad bestia feroz 8. Como sea, es bien útil pedagógicamente hablando: el poder para mandar requiere además del monopolio de la coerción, de la fuerza, y también herramientas de construcción de consenso, de sentido común dominante, de hegemonía en el imaginario colectivo. Esto es más efectivo para lograr que las mayorías hagan lo que los privilegiados del sistema necesitan sin ejercer la fuerza, que siempre tiene como contracara la reacción del polo social sobre la que se despliega. Posiblemente, tomando el siglo XX de conjunto y en particular la etapa de la segunda posguerra, uno de los mayores activos político-culturales del capitalismo haya sido la identificación de masas de la democracia con el capitalismo. Esa operación ideológica se asentó en enormes procesos históricos y una inteligente utilización capitalista de los mismos:

  • El triunfo sobre el nazismo y el fascismo en la II Guerra Mundial, que aunque tuvo como factor determinante al Ejército Rojo de la ex URSS a pesar de Stalin, la burguesía mundial lo logró asociar a sí misma y su proyecto civilizatorio occidental.
  • Dialécticamente, la penosa experiencia del estalinismo en la URSS y la degradación completa del proyecto socialista y de democracia soviética, posibilitó al imperialismo occidental apropiarse de la democracia sin apellido de clase a su propio patrimonio.

Lo nuevo, desde 2008 en adelante, es que el fracaso del capitalismo en su crisis integral imposibilita cualquier margen de maniobra para hacer la más mínima concesión keynesiana, lo que arrastra al descrédito también a esa democracia asociada al sistema como valor positivo. Para decirlo de forma categórica: el capitalismo en esta fase de crisis por caída de la tasa de
rentabilidad necesita suprimir derechos, abaratar costos de producción, mercantilizar naturaleza, multiplicar las opresiones con fines económicos y todo eso es incompatible, incluso, con la más limitada forma de democracia burguesa.

El capital necesita ciclos de valoración acelerada, sin ninguna regulación ni limitaciones. Para el capital toda ralentización
es un obstáculo. Por eso, los regímenes políticos en el mundo tienden al autoritarismo y la fascistización como dinámica. Necesita orden en las calles, y el control del espacio público liberado de protestas. Necesita limitar e incluso abolir el parlamentarismo. Y estratégicamente destruir o reducir a su mínima expresión todas las organizaciones democráticas de masas, en especial las del movimiento obrero y los sectores populares. Despejarse el camino para allanar paso a cristalizar en un nuevo tipo de régimen fascista en versión siglo XXI. Para eso tiene que derrotar la resistencia social, las reservas democráticas y pulverizar sus organizaciones para desequilibrar a su favor por un período de tiempo las relaciones de fuerza entre las clases. Al servicio de ganar esa disputa, multiplica una narrativa ultraderechista que se propone ganar adhesión
social de masas para aislar toda resistencia y cristalizar una nueva hegemonía con un sentido común cuasi medieval. En eso está la ultraderecha mundial.

Otra narrativa, un sentido común de clase

La ultraderecha construye su relato sobre el fracaso del capitalismo y la democracia burguesa liberal asociada al mismo. Explica que para preservar el trabajo nacional hay que imponer aranceles a la importación y muros a la población
migrante. Responde a la expectativa frustrada de progreso personal con meritocracia individualista, competitiva, antisolidaria contra toda intervención estatal con sentido social. Estigmatiza los movimientos sociales garantes y sujetos de derechos como colectivos corporativos privilegiados: feminismo, diversidades, derechos humanos y otros. Plantea como recetas en el campo de la economía una versión talibán de libre mercado y laissez faire. Deconstruir ese andamiaje ideológico es una parte de la tarea explicando que no hay espacios en los marcos del capitalismo para reformas sostenibles en el tiempo que le mejoren la vida a las mayorías sociales. La otra consiste en presentar nuestra propia narrativa alternativa que responda positivamente a los nudos problemáticos más acuciantes de esta etapa.

Nuestro punto de partida tiene que ser explicar que defendemos causas que atañen a mayorías sociales y proponemos coordenadas o medidas para resolverlas razonando desde la lógica de lo necesario. Así explicamos que a la causa social del pleno empleo, estable y con derechos se lo puede resolver con la medida práctica de reorganizar la producción de forma tal que se repartan las horas socialmente necesarias entre toda la mano de obra disponible, reduciendo la jornada laboral y asegurando un piso salarial equivalente al costo móvil de la vida.

También explicamos que la vivienda como derecho social requiere varias medidas combinadas, posibles y realistas, tales como un impuesto progresivo a la vivienda ociosa, una regulación de alquileres que establezca un porcentual no superior al 15 % del ingreso declarado, y un plan masivo de obra pública financiado en base al no pago de las deudas externas de los países con organismos multilaterales y un impuesto especial a la fortuna corporativa en cada país. Respuesta al drama social de la vivienda y de forma concomitante, shock de reactivación económica. O frente a la necesidad de asegurar educación y salud universales, públicas y de calidad, tomar como primera medida la democratización de la salida a la crisis estructural en ambos campos: por un lado, Congreso Pedagógico Popular con la docencia, alumnos y la comunidad para definir necesidades presupuestarias, equipamiento y orientación curricular. Lo mismo en relación al sistema de salud: unificarlo, planificarlo con el equipo de salud de abajo hacia arriba y asignar los recursos que hagan falta. Para eso, eliminar subsidios a la educación y la salud privada y redestinar esa masa de fondos al sistema público. Proteger el ahorro nacional y la palanca de la geopolítica comercial, nacionalizando la banca y el comercio exterior, como medidas elementales transicionales para recuperar soberanía sobre las divisas de cada país y poder preservar el interés de la mayoría trabajadora frente al capital financiero y las injerencias imperialistas. Utilización masiva de la innovación tecnológica y fomento ampliado de la ciencia libre suprimiendo toda lógica empresarial y privado en ambas instancias. Abolición de patentes y utilización de la ciencia aplicada para la realización de las tareas no creativas, repetitivas, alieantes y rutinarias que alivianen socialmente la carga social del trabajo. Es decir: que las máquinas hagan parte del trabajo socialmente necesario y liberen tiempo libre para toda la población. Democratizar políticamente todo para desmantelar la casta tradicional y burocrática recreando las condiciones para una nueva cultura de lo colectivo: revocabilidad de mandato para todos los cargos electivos, obligatoriedad de usar lo público sobre lo que se decide y establecer máximo salarial equivalente a una directora de colegio. Control social y material sobre la representación política. Desmantelar los aparatos judiciales y represivos, haciendo extensiva la elegibilidad y el control social.

En lo referido a lo socioambiental, actuar con determinación: prohibir industrias contaminantes tales como el agronegocio, la megaminería, el fracking y otras, reconvirtiendo la industria y profesionalmente a sus trabajadores con garantía de continuidad salarial-laboral a cargo de las patronales y el Estado.

En definitiva: medidas prácticas elementales para asegurar derechos de mayoría con un piso mínimo de civilización a partir del cual avanzar. Sin embargo, en todos los casos se presenta un obvia contradicción: todas las medidas prácticas que proponemos cuestionan los pilares del régimen de la propiedad privada capitalista sobre las palancas clave de la producción, la circulación y la toma de decisiones políticas. Por eso, esta narrativa como planteo requiere fuerza social para sostenerla en la inevitable confrontación social de clases que exige llevar a la práctica las medidas que se proponen. Entonces: batalla cultural en el terreno de las ideas, sí, pero sostenidas con la movilización social y un horizonte necesario de transformación
estructural del sistema.

Que empiece la fiesta y que termine bien

Lenin decía que las revoluciones son como la fiesta creativa de los explotados y oprimidos9. El mérito de esa definición radica en que reconoce dos atributos potentes en el inicio de todo proceso de revolución: la naturaleza intempestiva y semiespontánea del comienzo y el carácter creador, potencialmente capaz de mucho por parte de las masas en movimiento.

Las revoluciones entonces son así de festivas, aluvionales y un poco salvajes con mucho de revancha acumulada. Irrumpen, no piden permiso y corroboran que el tiempo en política no es un reloj suizo con agujas sincronizadas, sino más bien un vértigo desigual y con ritmos impredecibles: tiene intervalos donde se ralentiza, a veces aceleraciones e incluso saltos. Y así opera sobre el desarrollo también desigual de la conciencia de los pueblos en movimiento.

Por eso es tan crucial este debate, porque implica asumir que hay que estar listos siempre y no desaprovechar las oportunidades que plantee la realidad. Lo decimos porque a esta fase de polarización y asimetría, con la ultraderecha disputando con fuerza, llegamos después de un estrepitoso fracaso del posibilismo durante casi dos décadas: Podemos,
Syriza o el progresismo latinoamericano (incluyendo el kirchnerismo). El fracaso de esos proyectos que se limitaron a gestionar el capitalismo, a negociar con las corporaciones y a coexistir sin provocar cambios estructurales en la matriz de propiedad capitalista, y que se rindieron ante el Pacto de la Moncloa, la Troika o el FMI según el caso, al final desencantaron y, en la experiencia de masas, se amalgamó la narrativa izquierdizante a un resultado de las condiciones materiales de vida decepcionantes. Por lo tanto, para decir todo, nobleza obliga marcar que hay una dialéctica para reconocer entre los proyectos malogrados de las dos décadas desaprovechadas de exploración a izquierda en los pueblos y la aparición con volumen de fuerza de esta corriente ultraderechista mundial que gana vitalidad sobre la base de aquellas frustraciones. Esta reflexión no es ociosa, tiene un profundo sentido práctico y político: no volver a incurrir en la misma lógica posibilista que allana el camino a las variantes más rancias de la derecha reaccionaria.

Tesis XI y ring de boxeo

Hay un escena en Game of Thrones donde el consejero Lord Baelish le explica a la reina, con pedantería de erudito que el saber es poder. De inmediato la reina ordena a sus soldados apresar al Lord y cortarle la cabeza. Pero cinco segundos después dice: “Mejor no, déjenlo en libertad”. La monarca le estaba dando a este consejero sabelotodo una lección contundente: el poder es el poder, bien material, el monopolio de la fuerza al final.

La lucha ideológica, la batalla de ideas, es clave como nunca en esta etapa mundial, pero indudablemente es parte indisociable de la tarea práctica y material de construcción de sujeto político que sea instrumento para contribuir a la tarea emancipatoria del polo social que resiste a la ultraderecha. Superar la asimetría de un campo de fuerzas sociales que antagonizan con las expresiones de trumpismo en el mundo, pero sin brújula estratégica. Ese es el desafío más urgente de la época. Obviamente, antes que nada es obligatorio desplegar toda la paleta de tácticas de unidad en la acción para derrotar en las calles (y en la lucha de clases) a la ultraderecha antes que sea tarde. Cavar esas trincheras ahora, que todavía estamos
a tiempo. Pero en paralelo, hay que acumular en política alternativa, en clave anticapitalista, antipatriarcal, ecosocialista, antiracista y profundamente internacionalista. Revisitando críticamente la experiencia del movimiento socialista internacional que va para los 200 años de historia más pronto que tarde.

Reaprendiendo del internacionalismo militante, convergente y de reagrupamiento de tradiciones diversas de aquella Primera
Internacional del siglo XIX. Como la propia Revolución Rusa, esa Revolución contra El Capital 10 que apeló al ensayo y error de la experiencia viva del proceso político, con principios pero sin dogmas. Con vocación insurreccional de impugnación al Estado, de los malos, de los pocos, de los privilegiados. Porque si el poder es poder, entonces al final,
más que ajedrez la definición es un ring de boxeo.

En 1845, Marx borroneaba manuscritos y renegaba de los Jóvenes Hegelianos que creían que las revoluciones eran guerras
de frases contra frases. Y explicó para siempre que al final la tarea consiste no sólo en analizar el mundo como hicieron hasta acá siempre ellos, los filósofos, sino fundamentalmente consiste en transformarlo, como nos proponemos hacerlo nosotros, los militantes del socialismo y la revolución11. Ideas para comprender y cambiar las reglas de todo, reorganizar el mundo a favor de los de abajo.

En enero de 1917 Lenin decía: ojalá la juventud tenga el privilegio de participar de la revolución porque nosotros, veteranos, no la veremos. Nueve meses después, cuentan las crónicas que al día siguiente de la toma del poder, en el salón donde estaba reunido el Soviet en Petrogrado, Lenin pidió la palabra, llegó caminando despacio, se subió al escenario, esperó que los aplausos terminaran y dijo simplemente: “Vamos a empezar a edificar el socialismo desde este momento”12.

Lucha de ideas, sí. Pero sobre todo, hacer leninismo del bueno, que en pocas palabras significa activar con conciencia, militar políticamente, tomando y haciendo partido. No hay margen en esta etapa histórica para la indiferencia y la resignación.

  1. Lenin, V. (1915), El socialismo y la guerra, Ed. Fondo Documental EHK.
  2. Lenin, V. (1916), El imperialismo y la escisión del socialismo, Ed. en Lenguas Extranjeras.
  3. Lenin, V. (1917), El imperialismo, fase superior del capitalismo, Ed. Taurus.
  4. Harvey, D. (2012), El enigma del capital y las crisis del capitalismo, Ed. Akal.
  5. Stiglitz, J. (2010), Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial, Ed. Taurus.
  6. Hobsbawm, E. (2010), Entrevista, Redbioética, UNESCO.
  7. Arrighi, G. (2005), El desmoronamiento de la hegemonía estadounidense, New Left Review.
  8. Maquiavelo, N. (1513), El príncipe, Ed. El Ateneo.
  9. Lenin, V. (1905), Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ed. en Lenguas Extranjeras. hola, todo bien, gracias y vos?
  10. Gramsci, A. (1917), La revolución contra El Capital, Ed. Taurus.
  11. Marx, K. (1945), Tesis sobre Feuerbach, Fondo Documental EHK.
  12. Reed, J. (1919), Los diez días que conmovieron al mundo, Ed. La Marea.

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