Cristina, la Corte y la afirmación de la democracia

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El fallo de la Corte que, agotando las instancias, confirma la condena que dos tribunales han impuesto a la expresidenta es señalado como una proscripción por sus partidarios y también en ámbitos del oficialismo. Los primeros no deberían ignorar lo que es una proscripción, ya que su movimiento fue víctima de la más fuerte que se haya practicado en nuestro país, cuando no solo se proscribió la candidatura de Juan Domingo Perón, sino que se proscribió durante 17 años a su fuerza política, en uno de los mayores agravios de la historia institucional argentina.

Los segundos, porque privilegiando lo que entienden como una ventaja electoral para su proyecto, procuraban asegurarse enfrente a una candidata a la que creen poder derrotar, polarizando el electorado y acotando el espacio de alguna tercera fuerza que pudiera convertirse en alternativa entre ambos extremos, fingen demencia y saltean el imperio de la ley. La Corte asumió una enorme responsabilidad en esta instancia, tomó una decisión cuando se acotan los tiempos de la presentación de listas y la condenada ha presentado su candidatura.

De los griegos para acá, en las democracias se discute acerca de su funcionamiento, se la critica y se procuran modificaciones que tiendan a mejorarla. La degradación que viene sufriendo el sistema democrático frente a una sociedad cada vez más compleja nos lleva a resaltar que existen diferentes niveles de responsabilidad de acuerdo con el lugar que se ocupe en el sistema. Los griegos en sus pequeñas ciudades sostenían que los ciudadanos debían ser rectos y virtuosos. Con una ciudadanía acotada a una minoría, era un objetivo que, aunque inalcanzable en lo absoluto, parecía razonable como meta.

En sociedades como las actuales, con igualdad en el derecho a elegir y desigualdades enormes entre los electores, pretender que todos sean rectos y virtuosos sería un anacronismo. Si bien la representación es un imposible filosófico, ya que nadie puede estar en el lugar de un otro tan amplio y difuso, es una categoría política, a la cual en sus distintos niveles caben distintas y mayores responsabilidades, frente a las cuales la demanda de ser efectivamente rectos y virtuosos, es una posibilidad.

Si la pirámide del poder tuviera en la base al electorado, en un primer escalón a los diputados, en el segundo a los senadores, en el tercero al gabinete de ministros, luego a la vicepresidencia y en su vértice a la presidencia de la Nación, habiendo a su costado otra pirámide con la función de árbitro y control último que son el Poder Judicial con la Corte como vértice, la rectitud y la virtud debieran ser una exigencia ética ineludible para los representantes del pueblo.

Se puede entender, aunque no se comparta, que quienes compiten electoralmente, especulando con su conveniencia, hayan tenido interés en la postergación de una decisión, que, aunque sin serlo, pueda ser vista como una proscripción; no se entendería que en un caso de la importancia de este la Corte hubiera diferido su pronunciamiento.

Sin fundamento alguno hablan de proscripción cuando de ningún modo la hay, al ser simplemente un accesorio de una condena penal lo que evitará la oficialización de una candidatura. Es probable que otros entiendan que se debería haber fallado después de las elecciones, con el argumento de que eso evitaría la acusación de proscripción. La democracia degradada no es un caso perdido, es un objeto de trabajo que requiere atención y decisiones para ir mejorando. Fingir demencia, hacer la vista gorda es el camino para profundizar su deterioro, la autolimitación ha sido desde sus orígenes una de las herramientas principales de la democracia, el equilibrio e independencia de los poderes también lo es; estamos ante un proceder correcto de la Corte, un paso enorme en el fortalecimiento de esa democracia que necesitamos más justa e igualitaria.

Exintendente de la ciudad de Buenos Aires y diputado nacional (MC)


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